
Concebido inicialmente como una estación de bombeo, y luego transformado en piscicultura, este espacio forma parte del legado histórico de su localidad. En la actualidad, el desafío es preservar su legado y proyectarse al futuro como un centro ambiental, sostenible, comunitario, educativo, histórico y cultural.

En las memorables aguas del río Limay, donde la bruma matinal todavía susurra historias de vaporcitos y pioneros, se alza un testimonio de la historia viva de Neuquén: la Piscicultura de Plottier. No es meramente un conjunto de edificaciones pintorescas; es un espacio cargado de memoria, una bisagra entre el pasado productivo y el futuro educativo de la provincia.
Su historia comienza mucho antes de que los primeros alevinos nadaran en sus piletas. En 1908, cuando el paisaje de la Norpatagonia era todavía un territorio árido y desafiante, se levantó aquí la primera Estación de Bombeo sobre el río Limay. Diseñada por el ingeniero César Fattore, fue pionera en la irrigación mecánica de la región: motores a vapor, bombas centrífugas y calderas europeas que podían elevar hasta 800 litros de agua por segundo. Aquella maquinaria alimentaba los canales que transformaron la aridez en un valle productivo. Laguna Larga -hoy Plottier- comenzó a florecer gracias a estas obras hidráulicas que antecedieron incluso al Dique Ballester.
Durante dos décadas, la estación fue el corazón de un sistema que llevaba agua a chacras y cultivos, impulsando el desarrollo agrícola en los albores del siglo XX. Pero en 1928, la historia giró: un nuevo sistema por gravitación reemplazó las bombas, la maquinaria fue desmantelada y, con el paso de los años, gran parte se vendió como chatarra. Lo que quedó en pie fue la arquitectura: muros robustos, ventanales altos y el eco de un tiempo en el que el agua era sinónimo de progreso.
De bombas a peces
En 1941, el predio volvió a cobrar vida con otro propósito: la creación de la Piscicultura Río Limay, destinada a la cría y liberación de alevinos. La lógica era distinta, pero el espíritu pionero seguía intacto. Donde antes se impulsaban aguas para regar, ahora se cultivaban especies para poblar.
La piscicultura se transformó en una pieza clave de la política ambiental y productiva de la provincia: millones de alevinos fueron criados y liberados desde aquí en ríos y lagos patagónicos. Truchas, salmones y otras especies nacían en las piletas del predio, eran cuidados en su desarrollo inicial y luego liberados para fortalecer ecosistemas acuáticos.
Este segundo acto de la historia del lugar no solo tuvo impacto ecológico, también moldeó la identidad regional: la pesca deportiva, la relación con los ríos y la valoración de la biodiversidad encontraron en este centro un aliado silencioso y constante.
Una escuela al aire libre
En 1992, la piscicultura dio un nuevo giro, incorporando un enfoque pedagógico. Empezaron a llegar escuelas, jardines y grupos de estudiantes para participar en programas de siembra educativa. Los niños y niñas, al sumergir sus manos en el agua para liberar un pequeño pez, vivían una experiencia que iba más allá de la biología: era un acto de conexión con el territorio.
Generaciones de neuquinos guardan en su memoria esas visitas escolares: el murmullo de las aguas, el reflejo del sol en las piletas, la emoción de ver nadar un alevino hacia su libertad. Allí no hay pantallas ni discursos abstractos: la educación ocurre con los sentidos.
En un mundo donde lo digital muchas veces desplaza el contacto directo con la naturaleza, la Piscicultura de Plottier se volvió un aula viva, un espacio de aprendizaje situado en el corazón de un paisaje que, de alguna manera, resume la historia provincial: ríos, transformación humana y memoria compartida.

Arquitectura y memoria
El valor de la Piscicultura no se agota en su función ambiental o pedagógica. Sus edificaciones, construidas a principios del siglo XX, son un ejemplo singular de arquitectura pintoresca y ecléctica, propias de un Estado nacional que por entonces imaginaba grandes obras en territorios lejanos.
Sus muros han resistido vientos patagónicos y décadas de transformaciones. Han visto pasar bombas a vapor, técnicos, escolares y generaciones de peces. Son, en sí mismos, una cápsula de tiempo, un recordatorio físico de las etapas que marcaron la identidad productiva y cultural de Neuquén.
En el mismo predio funcionó también la Escuela Nº 60, el primer establecimiento educativo de Plottier, lo que refuerza el carácter histórico y comunitario del lugar. Allí, educación y trabajo productivo siempre convivieron, de distintas formas y en distintas épocas.
Desafíos actuales, potencial futuro
Hoy, a 84 años de su creación como piscicultura, el sitio enfrenta un nuevo desafío: preservar su legado y proyectarse hacia el futuro. El deterioro edilicio acumulado durante décadas hace visible la urgencia de una intervención. Pero también se abre una oportunidad histórica: redefinir el lugar como un Centro de ambiental, sostenible, comunitario, educativo, histórico y cultural.
Este proyecto contempla la restauración de su patrimonio arquitectónico, la modernización de su infraestructura, el cambio de paradigmas ambientales y la creación de espacios museográficos que cuenten la historia del riego, la piscicultura y la transformación productiva de la región.
Además, busca consolidar su rol educativo, articulando con escuelas, municipios, instituciones patrimoniales y culturales, y programas provinciales de educación ambiental. Iniciativas como “Guardianes Ambientales y la Promesa Ambiental” encuentran en este predio un escenario privilegiado: un lugar donde la teoría se vuelve práctica y la historia se vuelve presente.
Un legado que fluye
La Piscicultura de Plottier es, en esencia, una historia de transformaciones. De estación de bombeo a centro de piscicultura; de infraestructura técnica a patrimonio cultural; de predio productivo a aula viva. Cada etapa dejó una huella, y todas conviven en este rincón donde el Limay y la memoria se encuentran.
Caminar por sus senderos hoy es escuchar un murmullo que mezcla pasado y futuro. Se oye el rumor de las bombas de hace más de un siglo, el chapoteo de los peces recién liberados, las voces de estudiantes curiosos y la expectativa de una comunidad que mira hacia adelante sin olvidar de dónde viene.
En tiempos donde la modernidad suele borrar huellas, la Piscicultura de Plottier resiste y se adapta, como lo ha hecho siempre. No es un museo congelado ni una postal nostálgica: es un organismo vivo, parte de la identidad neuquina.
Las aguas del Limay siguen fluyendo. Y en ellas viaja, invisible pero palpable, una historia de trabajo colectivo, de saberes acumulados, de infraestructura al servicio de la comunidad, de biodiversidad y de educación.
A 84 años de su creación, la Piscicultura no solo conserva peces: conserva memoria, saber y futuro. Es un faro discreto en la confluencia, un recordatorio de que los territorios también tienen biografías, y que escribirlas con cuidado, con conciencia- es una tarea de todos.


